Wednesday, December 7, 2016

París 2016 - Parte V - Miercoles 7

Hoy era un día marcado para Versalles, porque hay que subirse a un tren que sale de París, y claro, toda esta parafernalia hay que prepararla con tiempo, porque además Versalles es un pelín grande.

Lo primero es lo primero, y nos fuimos a buscar un sitio dónde desayunar, porque la confitería de la esquina estaba cerrada por alguna razón desconocida. Salimos del hotel y giramos a la izquierda y después a la derecha por la calle del Bataclán.

Parece un recorrido poco normal, pero es que el otro sitio que pensamos estaba abierto, estaba en esa dirección y se veía desde la esquina, donde está el Au Metro.

Al llegar vimos que tenía croissants y chocolate en la carta y no miramos más, simplemente entramos y nos sentamos sin decir nada.

Al rato se acercó la chica y nos tomó nota, bueno, se la tomó a Rhea que se lo dijo en Francés, yo estoy muy pato todavía y me pongo nervioso, jeje.
Pedimos un croissant, una napolitana y dos chocolates con zumo. No era tanto como otros días, pero es que ya llevabamos unos días comiendo a saco y era por salvar un poco, aunque Versalles se lleva lo suyo en cuanto a pateada.

Al rato la chica nos lo trajo y empezamos a comer. Pero a los 5 minutos, la chica volvió con un plato con media barra de pan y mermelada, diciéndonos que no nos habíamos dado cuenta que nos salía más barato todo eso que si lo pedimos por separado, que tenían una oferta... ole ole !!! la verdad que la chica se portó genial y esto hay que difundirlo donde sea.

Al acabar, no quisimos perder mucho tiempo porque se tardaba casi 1 hora en llegar a Versalles y había que hacer trasbordo. Nos metimos en el metro de Oberkampf dirección Place d'Italie (sur) hasta la parada de la Gare du Austerlitz. Una vez allí, tuvimos que indagar un poco el tren que era, porque es un poco raro el tema que tienen de trenes. Que si puerta A, andén C... bueno, como tardaba 5 minutos en llegar, pues lo hicimos sin problemas. Nos subimos y nos dimos cuenta que era el tren que va recorriendo todo el centro de Paris bordeando el río Sena.


Por eso tardaba tanto, y es que paró en 20 sitios. Además nos dimos cuenta que es el tren que cogen en París para ir a Microsoft y las demás empresas de este tipo a las afueras..

El tren iba petado a la salida y es que seguíamos con los días de puetas abiertas en el tren por contaminación en la ciudad, pero bueno, nosotros encontramos nuestro asiento e íbamos calentitos.

Al llegar a Versalles, como es la última parada no tiene pérdida, con lo que lo único que hay que hacer es seguir a la masa de gente, sobre todo españoles como nosotros. Sales de la estación, cruzas la carretera y giras a la derecha unos 200m. Ahí empieza Versalles (las caballerizas), aunque parece que sean edificios del gobierno y no parte del palacio.

Ya desde lejos parecía enorme el sitio, y es que realmente lo era. La parte de los edificios era ya como 4 o 5 campos de fútbol, pero es que el jardín eran palabras mayores.

Esto es lo que se puede ver desde una distancia cercana a la entrada del recinto central, todo vallado en oro y mucha seguridad. Digo central, porque en teoría ya estábamos dentro de todo el recinto que rodea al Palacio, museo, información, etc.

Menos mal que no se ve el reverso de la foto, es decir, lo que había detrás de Rhea cuando la hizo porque había como 100 personas que venían modo Walking dead a por el palacio, jajaj..
Se entraba por la parte izquierda si vas sin grupo o por la derecha si es el caso contrario. Nada más entrar control de seguridad de bolsas/os, mientras que yo abriendo la cazadora pasaba ya. Lo mejor de todo era que nosotros íbamos con los Museum passes y además la audioguía era gratuita e inteligente.

Lo primero que se ve al comenzar el recorrido es un patio que está detrás de esas vallas de oro, donde se encuentra el balcón de la habitación del rey, y justo a la izquierda está la tienda que vende dulces llamada Laduree, y claro, parece ser que los Macarons que vende son de lujo, y nos quedamos con la copla para el final del recorrido.

Como se aprecia en esta foto, llevaba el audioguía colgando y los auticulares enganchados por comodidad. Lo de "inteligentes" lo decía porque cada vez que entrabas en una sala, automáticamente por RFID la guía comenzaba a decirte lo que estabas viendo. Es más, si había un video proyectándose en la pared, el audio comenzaba en el mismo instante que el video, era una pasada.

Por supuesto, esto solo funcionaba en la planta baja, la segunda planta era algo más manual.

Las primeras salas estaban más o menos vacías, pero a medida que nos íbamos acercando a la sala del rey, la gente se empezaba a agolpar, sobre todo los grupos de asiáticos, los cuales eran los más molestos porque van haciendo fotos a todo lo que se mueve, bueno, y lo que no se mueve también. Encima van con esas peazo cámaras que molestan más que favorecen. 

Pasábamos sala por sala, la del comedor, la de los bailes, la de las prerecepciones, la de las recepciones, la de espera de las recepciones, etc, etc, etc... todas bañadas en oro y con decoración muy racargada.

Estuvimos un buen rato dando vueltas hasta que empezamos a ver cuadros de franceses "famosos" de las cientos de guerras francesas, pero como a nosotros no nos iba ni nos venía decidimos salir a los jardines y guau...lo que parecía grande dentro de la casa, desde esa perspectiva parecía un cuartucho de escobas.


Era una putada, porque al ser invierno casi, todos los árboles y muchas de las estatuas de la finca estaban tapados con sábanas. Otra cosa que te daba constancia de la magnitud del sitio eran los carritos de golf que se alquilaban al principio. Ni siquiera preguntamos por el precio, pero como no los conducías tú y encima hacía un poco de rasca, pasamos. Nos fuimos al frontán del jardín, como se aprecia en la imagen y nos pusimos a sacar las típicas fotos antes de que toda la marabunta nos fastidiara las vistas.

Como se ve en el video, llegamos hasta el lago del fondo pensando que estaríamos cerca del centro de la finca, porque nos costó llegar unos 20 o 25 minutos andando. Como no había mucho que ver porque hacía frio, la cafetería del lago estaba vacía, y nos había más que pasillos de árboles mustios por el otoño, pues decidimos dar la vuelta porque ya se nos hacía algo tarde, eran ya casi la 1pm, y todavía nos quedaba comprar los macarons y volver a París en tren.

Mientras salíamos nos hicimos alguna otra foto muy chula del sitio, que pese a ser invierno, molaba un huevo.


Lo macarons estaban muy buenos, pero no sé si tanto como para costar el doble que en París, que ya de por sí son caretes. Yo nunca antes los había probado (antes de París me refiero) y es verdad que estaban cojonudos. Hay que decir, que para ir a la tienda, tuvimos que salir del recinto y en lugar de entrar directamente como le sugerí a Rhea por el arco de seguridad otra vez, tuvimos que ir al punto de información a preguntar por ellos porque el segurata de la entrada no hablaba inglés y se lió.

Nos hicimos las típicas fotos tontas delante de la habitación del rey y de ahí de vuelta al tren. No tuvimos que esperar mucho, unos 10 minutos porque el tren ya estaba esperando en la estación y encima había gente allí dentro guiándote.

De camino, como sabíamos de la ida que paraba por toda la margen del río, decidimos pararnos en la parada del Musée d'Orsay, que era uno de los que nos quedaba por ver, ya que nos habían recomendado ir a ver la cafetería que estaba muy chula, y tomar algo.

Al llegar al museo eran casi las 3pm y no podíamos más de hambre, algo que luego nos pasaría factura. Con estas, nos decidimos a ir a un sitio que teníamos en la lista de recomendaciones, Le Bizuth se llamaba, que estaba como a 15 minutos del museo a pata.

Al llegar, el sitio no parecía tan importante como para ser recomendado, pero bueno, pedimos algo de comer rápidamente: una ensalada para compartir de primero, yo pasta y Rhea un sandwich.

Esta es la cara que se le quedó a Rhea al ver mi pasta. Lo de la ensalada fue porque no sabíamos que eran tan sobradas las raciones.

La ensalada era grande pero cabe decir que estaba sin preparar, es decir, el pollo a granel sin cortar, trozacos de queso parmesano encima, hojas de lechuga enormes, etcétera.

El problema con el sandwich de Rhea es que era como la ensalada pero con pan a ambos lados y con patatas fritas. Yo me comi mi pasta carbonara (se ve mal por el flash, pero estaba bien) mientras Rhea hacía un esfuerzo por comer algo del sandwich.

Yo acabé la pasta casi reventando, porque no se aprecia pero debe ser la ración de 2 o 3 personas lo mío, una exageración. Por eso el sitio no estaba mal, aunque me pareció muy caro para el tipo y la calidad de la comida. Salimos con 40€ menos de allí.

Casi sin aliento, nos pusimos en marcha hacia el museo, que en un principio sabíamos que era de arte y esculturas, algo poco apetecible para los dos, pero bueno, nuestro objetivo era caminar un poco para bajar el empacho aunque fuera por el museo, que además se estaba más calentito.

Entramos sin colas con nuestro Musée pass y rápidamente se puede apreciar la magnitud del museo. Era una antigua estación de tren y es que era enorme. 

La distribución de la sala era como se aprecia en la imagen, y además estaba conformada por 5 plantas con arte para aburrir.

El Louvre es grande, pero este también se lleva la palma. Nosotros con el chip de cafetería nos fuimos directamente a la 5ª planta con ascensor, sin perder más tiempo.

Una vez ahí arriba, llegamos a ver el primer reloj y lo que parecían ser unos sofas con forma de estrella de mar y comodísimos como pudimos probar luego. 

Hicimos alguna foto y de repente se quedaron libres 2 dedos de los sofás.
Yo no aguantaba más y me tuve que ir al baño corriendo, pero en un museo tan grande, lo de correr no sirve de nada, porque la gente va a su ritmo viendo cuadritos y mierdas, con lo que casi reviento, jajaj y encima yo pensando que el baño estaba al lado de ese reloj, qué va, tuve que recorrer el museo de punta a punta, llegar a la cafetería y subir otra planta, la 6ª para poder usar el baño...Dios que a tiempo!!!

Rhea mientras iba y volvía estoy seguro que se quedó dormida en este pedazo de sofá, y es que era cómo de narices y encima calentitos.

Al volver, le dije que el reloj que ella buscaba estaba en la cafetería y nos volvimos los dos de nuevo pasando sala por sala de cuadros hasta ella.

Nos tomamos algo suave, (yo té, ella chocolate) nos hicimos las fotos de rigor en el reloj y la cafetería, la cual estaba decorada con lámparas a modo de campanas de oro, y nos salimos de allí, porque pese a ser de noche y no muy tarde, todavía nos quedaba hacer una última visita en la zona sur del centro, cerca de la estación Gare du Austerlitz donde nos subimos por la mañana para ir a Versalles.

La siguiente parada eran las catacumbas de París. La mejor combinación de transporte que encontramos fue subirnos al metro y bajar hasta la torre de Montparnasse, donde estuvimos en la azotea viendo la ciudad, y desde ahí tomar otro metro o ir andando al sitio.

Al principio nos costó encontrar la parada de metro, porque desde el Musée d'Orsay, la mejor  parada era la de la Asamblée Nationale, pero no fuimos capaces de encontrarla donde nos decía Google, porque solo había una salida y era de buses, no de metro ni trenes. El caso es que seguimos calle abajo y nos metimos finalmente en la de Solferino.

Al llegar a la parada de Montparnasse, como nos sentíamos con ganas, decidimos ir andando a las catacumbas porque Google decía que eran solo 15 minutos, así que pusimos las piernas a funcionar. No era muy difícil, ya que era casi línea recta, el problem iba a estar al final del recorrido, porque era complicado encontrar las malditas catacumbas.

En el mapa se ve claro, y al llegar allí es una especie de rotonda con un parque y un edificio viejo casi en ruinas. Tanto nos costó que estuvimos como 5 minutos caminando en direcciones opuestas sin rumbo ni sentido, jaja. Al final vimos una pared donde había escrito algo parecido a Catacombs y para allá que fuimos.

La entrada ya daba miedo, y encima había un cartel que leía "Puede ser muy impactante para niños y gente con problemas de salud", lo que no ayudaba nada, porque además la entrada era fea, sucia, con un vigilante solo y una mujer tras el cristal de los tickets.

Como no estaba incluido en ningun pass, nos tocó apoquinar 12€ por cabeza y sin audioguía. La visita se supone que duraba 45 minutos máximo, así que nada, entramos por el torno y empezamos a bajar las escaleras, y bar, y bajar, y bajar, y así unos 5 o 6 pisos bajo tierra. Como eran de caracol, no te das cuenta de cuánto estas bajando, pero se notaba calor. 



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Rhea y yo bajábamos dando voces como buenos españoles, hasta que de repente llegamos al final, donde había varias salas llenas de paneles con información. Resultó que las catacumbas no eran como las que conocemos de otras ciudades como Roma, sino unas minas de roca que se utilizaron para construir varios de los monumentos de la ciudad, que más adelante se utilizaron para albergar cientos de miles de cadáveres durante el siglo XIX.

Estaba muy bien colocado todo, como se ve en la imagen de la derecha, pero daba un poco de asquete. Eran muchos pasillos que iban de un lado a otro, a modo de laberinto, y todos repletos de calaveras y huesos perféctamente colocados, algunos de ellos con unos carteles anunciando la iglesia de la que provenían o incluso la calle en la que te encontrabas en ese momento.

Tras un buen rato de paseo por la semi-oscuridad, decidimos salir a la superficie ya, y fuimos a dar a una calle que estaba como a 20 minutos andando de la entrada. Lo curioso era que la salida era como la puerta a una casa vieja, sin decoración, sin ningún tipo de advertencia más que la tienda que había justo en frente que vendía cosas de las catacumbas, muy curioso. Cuánta gente habrá paseado por esa calle sin saber que esa puerta, lleva al inframundo de la ciudad, increíble!!!


Ahora si que era ya noche cerrada y no nos quedaba mucho más que hacer. Habíamos pensado antes en ir al japonés que me recomendó mi amigo parisino, pero Rhea viendo fotos en Instagram dijo que no le llamaba mucho el tema, que mejor ir a otro sitio. Y así fue, pusimos rumbo a los Champs Elysées a probar algo de comer de nuevo.

Yo no tenía mucho hambre la verdad, solo me apetecía probar los "chichis" (churros franceses) y fue lo único que hice. Fue un poco raro, porque me quedé esperando a que el chico acabase de sacarlos del aceite, pero sin decir nada absolutamente. Él, sacó los churros y empezó a echar en un cono sin parar. Yo solo quería la oferta de 5€ que era la mínima, donde pensé que serían como 5 o 6 churros, pero el tio no dejaba de echar y echar.

No sé cuántos me comí, porque Rhea solo pilló un par y pequeños, pero es que yo tenía otros 12 al menos. Casi reviento y eso que mientras estaban calientes, sabían bien, pero con el frío que hacía, no tardaron en volverse un poco plásticos.

Rhea decidió que quería algo salado, y nos fuimos al sitio de los bocatas de días anteriores. Pero esta vez, en lugar del bocata, decidió coger otra cosa que tenían allí (típico de esa zona), que eran como unas patatas cocidas en una salsa parecida a la carbonara, con nata, bacon y cebolla, llamadas "tartiflette"

Yo acabé mis churros con algo de esfuerzo y mientras esperábamos por las patatas de ella, me fui a comprar algo de agua para que pasase la pasta del churro por el gaznate. A los 10 minutos ya estaban lista y nos pusimos en camino poco a poco mientras Rhea las comía tranquilamente.

Decía que estaban buenas y me quedé con las ganas, pero es que no podía más, y menos mezclando azúcar con sal, para pegarme un tiro. Mi idea era haberme comido los noodles que me sobraron del día anterior, que los había dejado en la ventana de la habitación a falta de frigorífico, jaja. Bueno, la parada más cercana, volvía a ser la de Franklin y Roosevelt, de la rotonda de los Champs Elysées. Nos metimos y para el hotel a descansar, que ya estaba bien por ese día.

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